Los muros que custodian a trece monjas de clausura

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Los muros que custodian a trece monjas de clausura

http://www.xornal.com/artigo/2010/04/04/sociedad/muros-custodian-trece-monjas-clausura/2010040421101300705.html

Las religiosas de Ferreira de Pantón trabajan y votan como todos, aunque creen que viven “una situación que recuerda al 36”.

MARCOS SUEIROActualizado 04/04/2010 - 23:53 h.“Elegimos esta manera de vivir porque Dios nos quiso aquí”

Tras los muros del convento de El Salvador en Ferreira de Pantón (Lugo) viven trece monjas. Desde el siglo IX lo habían hecho otras y al ritmo de una sucesión dinástica, basada en el credo, fue prolongándose la presencia de la orden del Císter en un edificio monumento que se conserva inalterable tras el paso de los siglos. Las trece están en clausura “por decisión propia “ y por concurrencia, dicen, con la voluntad divina. La madre abadesa es la que abre las puertas de la casa y la que habla de lo que hacen y de lo que piensan. Las demás se sienten representadas y continúan con sus labores mientras se esconden de la luz de la calle.

La explicación es sencilla, señala María Cruz, vestida con hábito marrón y crema. Se trata de justificar una opción de vida que la aleja de lo creado: “Estamos aquí y debemos separarnos del mundo porque la vida monástica y la vida mundana son incompatibles”. Sus argumentos se precipitan para no dejar opción a la réplica y su convencimiento radica “en la fe donada”. La abadesa mira fijamente a los ojos y vuelve a decir: “Somos parte del mundo sin estar en él y practicamos la oración desde el silencio”.

La monja parece preparada para responder a las cuestiones que suelen planteársele a quién se confiesa cristiano o cristiana: el aborto, la eutanasia, la libertad sexual. A modo preventivo resuelve: “Observamos con preocupación lo que ocurre en el mundo y rezamos para que el mal deje de guiar la conducta de algunos hombres”. Se sorprende cuando el cuestionario no es al uso y la número uno tiene que ver con la “simpatía” de Núñez Feijóo… María Cruz guarda primero silencio para responder: “Parece muy buena persona y muy simpático, efectivamente, y nosotras votamos, pero no le voy a decir a quién porque es un derecho secreto”.


Y las ganas de contraponer otra opción provocan una mención a Zapatero; la religiosa no retrocede, pero es ambigua: “Nos gustan todos y no tenemos nada contra nadie”, los detalles en este caso no son necesarios, considera, pero en su discurso hay un momento para el reproche: “Están pasando muchas cosas, ahora parece que meterse con lo religioso está de moda, algunas hermanas nos comentan que estamos como en el 36, quitando los crucifijos de las escuelas y esto nos preocupa. Nosotras cuidamos nuestra casa y si nos echan nos vamos porque hay que seguir la voluntad de Dios”. La aparente resignación va acompañada de un discurso consciente para enfrentarse a lo molesto pero con una cuidada exquisitez en el trato: “Todos los días oramos para que surjan nuevas vocaciones y para que el Señor cuide a las familias cristianas en esta época en la que parece que Dios molesta”.

EL DÍA A DÍA

La vida comunitaria implica la adquisición de distintos roles. La madre abadesa “se apoya” en un báculo de plata, símbolo de su ministerio pastoral; las demás cocinan, cuidan la capilla, escrutan el jardín y visitan a los enfermos de la localidad. Sin embargo, la primus inter pares manifiesta: “Nos ayudamos todas y todas hacemos de todo porque mi principal misión es obedecer a las demás”.


La hermana confiesa tener mucho trabajo: “Las casas rurales de la zona nos piden muchos postres”. Y la cocina no para de echar humo y las puertas del horno se abren para sacar los almendrados ya horneados.

La visita al monasterio provoca curiosidad por algunos detalles, las gárgolas, las figuras con aspecto de monstruo en las esquinas del convento, los animales esculpidos que escoltan la puerta de entrada y la capilla impecable. Y en el templo, a uno de los lados del altar, yace el irmandiño Diego de Lemos, el que antes se rebeló descansa oyendo la lectio divina desde la cinco de la mañana, verano e invierno.

En el tránsito por el monasterio hay un momento para referirse a la actualidad y a la visita de Benedicto XVI. Lo comenta la propia abadesa: “También va a Barcelona a bendecir la Sagrada Familia”. Y esa consciencia sobre lo que pasa o va a pasar vuelve a ser matizada: “Vemos algunas cosas, nuestro retiro es espiritual…” La justificación no va más allá, pero cuando oye la Cope, la monja vuelve a sonreír con satisfacción.


María Cruz queda tranquila pero exige “contar la verdad”. “Porque otro día no abro la puerta”, añade. El portalón se cierra y el silencio vuelve a hablar, para aislar una opción de vida, de la que en la Ribeira Sacra quedan trece testimonios.

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