"Ni siquiera sé si aún creo en Dios"

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"Ni siquiera sé si aún creo en Dios"

Las secuelas son muy agudas. Violado de niño, Arthur Budzinski nunca ha podido besar ni abrazar a su hija | Los abusos del padre Murphy llegaron a oídos de Ratzinger, que no hizo nada

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MARC BASSETS | Milwaukee. Corresponsal | 30/03/2010 | Actualizada a las 01:27h | Internacional

Gigi Budzinski tuvo una infancia distinta a la de otros niños. Su padre nunca la abrazaba, ni la besaba. Todavía hoy, a los 26 años, siente asco cuando en la calle ve a un hombre haciendo mimos a sus hijos.

Entre los 12 y los 14 años, el padre de Gigi, Arthur Budzinski, sufrió abusos del reverendoLawrence Murphy, profesor en la escuela Saint John para niños sordomudos de Milwaukee, una ciudad industrial a orillas del lago Michigan, en Wisconsin.

Han pasado cuatro décadas, pero cuando entra en un lavabo público y hay un niño dentro, Arthur Budzinski se marcha. Las violaciones reiteradas le han dejado secuelas. A él y a su familia.

Padre e hija lo explican en la cocina de su casa de dos pisos y tres habitaciones, en West Allis, un barrio residencial de clase trabajadora blanca en las afueras de Milwaukee. Arthur se comunica con el lenguaje de los signos; la hija lo interpreta.

Arthur Budzinski, de 61 años, es uno de los doscientos sordomudos que han denunciado abusos sexuales por parte del padre Lawrence Murphy, que murió en 1998. Se calcula que abusó, al menos, de 150 de estas personas. Pese a las denuncias repetidas durante décadas, el Vaticano no lo despojó del sacerdocio.

"El padre Murphy murió libre, sin castigo", lamenta Budzinski, ensamblador de muebles y bicicletas en una cadena de grandes almacenes.

La semana pasada, el The New York Times publicó los documentos que acreditan que, en 1996, Joseph Ratzinger, actual Papa, fue informado de las fechorías de Murphy por el entonces arzobispo de Milwaukee, Rembert Weakland. Ratzinger dirigía la Congregación de la Doctrina de la Fe, organismo que decide si es preciso juzgar o expulsar a sacerdotes católicos. Pero, según los documentos publicados, Ratzinger, entonces cardenal, no respondió a las cartas de Weakland.

Ocho meses después, Tarcisio Bertone, entonces número dos de Ratzinger y ahora secretario de Estado del Vaticano, ordenó iniciar un juicio canónico secreto a Murphy. Pero Bertone lo suspendió después de que el acusado pidiese por carta a Ratzinger que así lo hiciera. Adujo mala salud y arrepentimiento.

Las últimas revelaciones han reavivado los casos de abusos en Milwaukee, ocho años después de que estallase el escándalo en Estados Unidos. Lo novedoso, ahora, es la supuesta implicación de Benedicto XVI en el encubrimiento de unos crímenes que han socavado la imagen de la Iglesia católica en este país.

La paradoja es que Benedicto XVI, desde que fue elegido Papa en el 2005, ha afrontado con mayor contundencia que su antecesor Juan Pablo II los casos de sacerdotes criminales.

En una carta abierta publicada en febrero, el actual arzobispo de Milwaukee, Jerome Listecki, subrayó que "quienes han sido víctimas de los abusos sexuales clericales son importantes para nosotros y seguimos aspirando a la curación (...) de quienes han sido dañados". Los escándalos de pederastia han costado a la archidiócesis de Milwaukee 28 millones de dólares en indemnizaciones, según la agencia Associated Press.

Las víctimas no acusan sólo a los violadores, sino que culpan a la jerarquía católica por encubrir de forma sistemática, y durante décadas, unos crímenes que habrían tenido que ser juzgados en los tribunales civiles. También exigen que se hagan públicos los documentos eclesiásticos que permitirían conocer de forma exacta qué sucedió y quiénes fueron los responsables. En muchos casos, sin embargo, los crímenes han prescrito, y este es el mayor obstáculo con el que topan las víctimas, algunas de las cuales están agrupadas en SNAP, la organización más activa.

"Los curas paidófilos estaban enfermos. Creo que a quienes hay que culpar es a los obispos, los cardenales, al Papa, que sabían lo que ocurría y no hicieron nada, para mantener el buen nombre de la Iglesia", dice Mike Sneesby, 54 años y padre de tres hijos. Sneesby, que trabajaba en una empresa de transporte, cuenta que ha sufrido depresiones y estrés postraumático por los abusos que sufrió entre los 12 y los 15 años por parte del padre Fred Bistricky en la parroquia de Saint Augustin, en Milwaukee. Se jubiló anticipadamente por discapacidad. Insiste en que las autoridades eclesiásticas de Wisconsin recibieron denuncias sobre Bistricky y se limitaron a "trasladarlo de parroquia en parroquia", dice.

Mark Salmon, asesor financiero de 56 años y padre de dos hijos adolescentes, sufrió abusos entre los 10 y los 12 años. Extrovertido, dice haberlo superado mejor que otras víctimas, como su hermano, que no habla de ello.

En el momento de los hechos, él y otros compañeros en la escuela Saint John de Milwaukee lo denunciaron, pero el sacerdote –Gary Kazmarek– fue trasladado a otras escuelas.

"Siguió violando a niños durante tres décadas", explica Salmon, que se define como ateo. En 1983, prosigue, Kazmarek fue detenido en Madison (Wisconsin). Salió en 1987, pero en 2002 volvió a ser denunciado por actos cometidos en una escuela de Kentucky. Hoy sigue en prisión.

"Para ser honesto, le he perdonado, es un enfermo. Es la institución que le permitió hacerlo durante treinta años lo que me molesta", dice Salmon en la cocina de su casa. "Si la Iglesia fuera una empresa, sus directivos estarían en prisión".

Lo que más lamenta es el sufrimiento de sus padres, atormentados durante años por su sentimiento de culpabilidad, una constante en los niños violados.

John y Lynn Pilmaier, padres de otra víctima, no supieron hasta hace tres años que su hijo había sufrido abusos en la escuela primaria de Saint John Vianney, en las afueras de Milwaukee. Su hijo John, que ahora tiene 39 años, les explicó que había sido víctima del padre David Hanser. "Estos últimos tres años han sido un infierno para nosotros. El dolor que nuestro hijo ha tenido que soportar...", dice la madre.

"Cuando John fue a informar sobre este abuso a la archidiócesis, era la decimoséptima persona en denunciar que Hanser le había agredido. Hanser nunca ha sido procesado, vive en una casa junto al lago, aunque le apartaron. Ya no es cura", añade. Católicos devotos hasta hace poco, los Pilmaier han perdido la fe. "No sé ni siquiera si creo en Dios", dice Lynn. "Ya no puedo rezar".

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