Materiales robados a los aliados se venden en un mercado de Peshawar

Saldos de la OTAN para financiar a los talibán

21 Febrero 10 - Islamabad - Ethel Bonet

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Este negocio genera más de siete millones de euros al año. Un tercio de los transportes son atacados en la frontera.

En la linde entre Peshawar y la región tribal de Khyber, discretamente ubicado, se encuentra el bazar Sitara, donde se venden desde gafas de visión nocturnas, condecoraciones militares, uniformes de soldados de la OTAN, hasta manuales de tácticas militares. En este abigarrado mercado a las afueras de Peshawar se encuentran alrededor de 350 comercios especializados en productos de uso exclusivo para la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) en Afganistán.
Todos los artículos que ofrecen los establecimientos proceden de la compraventa ilegal de los suministros para tropas extranjeras. Un negocio que genera más de 7 millones de euros anuales y del que se benefician tanto transportistas como aduaneros y comerciantes. Cada día entre 60 y 100 camiones de abastecimientos para las tropas de EE UU y la OTAN cruzan desde Pakistán a Afganistán a través del paso de Khiber. Sin embargo, una tercera parte de los contenedores son atacados por los insurgentes talibán antes de llegar a su destino, por lo que se pierden cantidades importantes de material militar, combustible y alimentos. A ello se añade el problema del comercio ilegal de los suministros para la coalición internacional en Afganistán.

Quway Marhaz, dueño de una tienda de equipamiento y ropa militar, muestra orgulloso su última adquisición: una colección de DVD con ejercicios de entrenamiento del Ejército de EE UU. Marhaz explica a LA RAZÓN que con este negocio «familiar» de contrabando se han duplicado los beneficios. Los productos ilegales se compran en el mercado negro a las afueras de la base aérea de Bagram, controlada por el Ejército de EE UU, y en un mercado popular de Kabul conocido como «Bush Market». Según el comerciante, un lote completo de productos procedentes de Bagram cuesta alrededor de 400 euros de transporte y desde Kabul, unos 300. Además, en la aduana de Chaman, conocida como la puerta de Khiber, se paga al guardia lo equivalente a un euro para que no revise el contenido del camión.

Una vez que los suministros regresan a Peshawar se almacenan en naves comerciales, ubicadas por toda la ciudad, para reponer los productos cuando se agotan en las tiendas.
Resulta curioso encontrarse a mujeres vestidas con el burka merodeando por el bazar y comprando grandes latas de aceite de maíz con un rótulo en el que se puede leer: «De uso exclusivo para el Ejército de EE UU. Queda prohibida la venta». O comprando lotes enteros de galletas «cookies» en oferta debido a que su fecha de caducidad ha expirado.
Y mientras las operaciones aliadas siguen su curso en Marjah, el Ejército paquistaní, en un comunicado, aseguró que 30 insurgentes fueron aniquilados durante un bombardeo aéreo en la zona de las montañas de Shawal, en la región tribal de Waziristán del Sur –el feudo principal del movimiento talibán paquistaní–, «tras recibir un soplo de que los terroristas se escondían en ellas».

Corrupción galopante
A las inexistentes medidas de control en los 2.500 kilómetros de la frontera afgano-paquistaní, a pesar del despliegue de la fuerza paramilitar llamada «Cuerpo de la Frontera», se suma la corrupción de los funcionarios de aduanas, que con total impunidad permiten el contrabando de armas, drogas y toda clase de productos ilegales, además de no impedir la libre circulación de personas, lo que facilita la movilidad de los talibán.
Los funcionarios paquistaníes y los afganos se culpan mutuamente de la falta de seguridad en la línea fronteriza debido a la desconfianza y falta de coordinación entre los dos gobiernos. La vulnerabilidad de la frontera representa un enorme desafío para las tropas extranjeras que combaten en Afganistán contra los rebeldes islamistas, que han hecho del contrabando ilegal una de sus principales fuentes de ingresos.