Georg Ratzinger, el hermano incómodo del Papa

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Georg Ratzinger, el hermano incómodo del Papa

Carmen Álvarez

Los escándalos de abuso sexual por parte de curas católicos alcanzan al Coro de los Pequeños Gorriones de la Catedral de Ratisbona, que Georg dirigía. Él admite que no sólo la Iglesia alemana calló ante los casos de pederastia, sino también la sociedad

A sus 86 años de edad, Georg Ratzinger es alcanzado por denuncias de pedofilia en el Coro de los Pequeños Gorriones de la Catedral de Ratisbona que él dirigió hasta 1994. El tema no podía ser más candente por tratarse del hermano mayor del papa Benedicto XVI y del sobrino-nieto de Georg Ratzinger, el político de la familia y un antijudío militante.

“Son temas muy delicados”, dijo a Excélsior Elio Masferrer, presidente de la Asociación Latinoamericana para el Estudio de las Religiones.

Franz Wittenbrink, alumno hasta 1967 del internado de niños cantores de la Catedral de Ratisbona, le reprochó que nunca se enteró de que un prelado de la institución que él encabezó se llevaba por las noches a dos o tres niños del dormitorio para ofrecerles vino y masturbarse con ellos. El escándalo, dijo, era conocido por todo el plantel:

La Iglesia no fue la única que se calló… la sociedad hizo lo mismo”, respondió Georg Ratzinger hace dos semanas a Passauer Neue Presse de Baviera, el diario fundado por Hans Kapfinger, quien en 1933 fue enviado a prisión por oponerse al naciente régimen Nazi.

“Nunca hablamos de ese tipo de asuntos”, se defendió el sacerdote, director de orquesta y compositor, en relación con esos casos de pederastia ocurridos entre 1958 y 1973, hace ya casi cuatro décadas.

Hace un año todavía, en los festejos de su aniversario número 85, Georg había pasado más de la segunda mitad de su vida rodeado de honores como el nombramiento de prelado honorario de su santidad Paulo VI, en 1976, o protonotario del papa Juan Pablo II en 1993.

En 1994 recibió la Cruz del Mérito de la República Federal de Alemania, en 2005 la Cruz de Honor de Austria para las Ciencias y las Artes Clase Uno y en enero de 2009 la Cruz del Mérito de la República Italiana. Su vida transcurría en medio de satisfacciones, hasta que una ola de reproches por su silencio ante los abusos que padecieron los niños de su coro, hizo eco en la prensa de su país.

Masferrer, también autor del prólogo en español del libro Benedicto XVI. Papa sin Aureola, de Richard Corell y Ronald Koch, comentó a este diario que los problemas de pederastia clerical siempre existieron. No los inventaron los periodistas de hoy ni Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de la Alemania Nazi que atacó a la Iglesia alemana.

Al respecto, el historiador Karlheinz Deschner escribió para la serie El III Reich, de editorial Anesa/Noguer, que la Alemania nazi ventiló los escándalos sexuales de la Iglesia, no para enderezar su moral, sino para ponerla en entredicho total, para aniquilar su capital simbólico:

“En 1936/37 la Gestapo buscó afanosamente huellas de irregularidades morales en casi todos los conventos, seminarios eclesiásticos, escuelas, hogares, organizaciones y clínicas…Y con motivo de un proceso celebrado en Coblenza se organizaron viajes especiales gratuitos desde toda Alemania para asistir al desarrollo del juicio”, explicó para esa publicación difundida hace 35 años que hoy es de colección.

Sin embargo, Masferrer señala que Georg y su hermano Joseph prefirieron callar, “nadar de muertito”, pretender que nunca vieron, que nunca supieron y que les pasaron de noche esos abusos.

“Igual que sucedió aquí con el caso de Marcial Maciel, los prelados católicos alemanes de entonces se hacían los tontos y eludían el escándalo porque una premisa de la Iglesia es preservar su capital simbólico. Callaban y se atuvieron a principios contenidos en el dicho popular mexicano: lo malo no es robar (o actuar mal), sino que te cachen”, dijo.

En cuanto a los crímenes del régimen nazi, que los hermanos Ratzinger debieron presenciar cuando eran adolescentes integrantes de las Juventudes Hitlerianas, Masferrer, Corell y Koch también reprochan que Georg y que su hermano menor, Joseph, no hayan roto el silencio para denunciarlos.

“La resistencia era realmente imposible”, dijo Georg a la edición del 17 de abril de 2005 del diario inglés Sunday Times.

Pero Masferrer opina que la resistencia de muchos católicos a la dictadura nazi, no sólo existió, sino que fue decidida y heroica, sólo que Hitler fue muy hábil al firmar con la Iglesia alemana en 1933 un concordato que la supeditó a su régimen.

“Hubo católicos que se opusieron al nazismo por considerarlo una doctrina inhumana que iba contra la tradición cultural alemana y se jugaron la vida, pero también hubo otros católicos que se fueron para donde soplaba el viento. No hago juicios de valor ni digo que sea malo, sólo que los hermanos Ratzinger están en ese segundo grupo”, dijo Masferrer.

De esa resistencia Deschner señala que en el verano de 1934, cuando Hitler mandó a eliminar a Erich Klausene, presidente de la Acción Católica alemana, a Adalbert Probst , jefe de la Federación Deportiva Católica Deutsche Jungendkraft, y a cientos de presuntos enemigos del régimen nazi, no hubo una sola protesta de los obispos alemanes.

“Un Estado totalitario como el de Hitler no podía tolerar a su lado a otro sistema absolutista si no era afrontando el riesgo de quedar debilitado. Las asociaciones católicas fueron, en consecuencia, asimiladas al sistema… se atacó con saña el Viejo y el Nuevo Testamento. Los eclesiásticos sufrieron calumnias y cárcel”, escribió Deschner para la serie de El III Reich.

Aquí Masferrer enfatizó que fueron los alemanes opositores a Hitler, y no los judíos (ni los gitanos) quienes inauguraron los campos de concentración nazis. Aunque Dachau, según Corell y Koch, ya existían desde las primeras décadas del siglo XX, pues allí estuvo en 1919 el líder del Partido Comunista Alemán, Hans Beimler, antes de ser enviado nuevamente allí por los Nazis en 1933.

En cuanto al genocidio, al Holocausto perpetrado por los nazis, tanto Masferrer como Corell y Koch coinciden en que, una vez más, el silencio y la negación distinguen a Georg y sobre todo a su hermano menor, Joseph, como lo revelan sus escritos de 1997 y su biografía oficial.

“¿Acaso hasta 1997 no había sabido nada del asesinato en masa de las SS en el bosque cercano (donde vivían)? ¿Nada acerca del asesinato de 61 personas, del funeral, del cementerio para los prisioneros de los campos de concentración, nada acerca del lugar conmemorativo, nada sobre toda la masacre que se menciona en la historia oficial de la moderna Traunstein..?, escriben en su libro de reciente circulación en México.

No, añade Masferrer, “porque la divisa de Georg y de su hermano ha sido el silencio a pesar de que en el seminario de Traunstein precisamente tuvieron su formación musical y religiosa gracias al apoyo de su mentor Michael von Faulhaber” (1869-1952), el cardenal de Munich y Frisinga que patrocinó su educación y a quien Joseph, el futuro Benedicto XVI, sucedió años después de su muerte en el cargo.

Y añadió que también hay que recordar que Faulhaber, el guía espiritual de ambos, puso rápidamente fin a su inicial resistencia antinazi para convertirse durante el III Reich en un abierto defensor del régimen de Hitler que pidió a los sacerdotes que apoyaran a la Gestapo, la policía secreta. Aunque en 1945, al término de la guerra, Faulhaber cambió de bando para aliarse con los estadunidenses.

“El 17 de junio de 1941 (Faulhaber) había pedido a los obispos bávaros que fueran valientes en la terrible lucha contra el bolchevismo, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, quien fuera crucificado por los judíos”, escriben Corell y Koch.

Un personaje que, según relatan, escribió meses después que los no arios de Munich eran transportados de forma brutal a Polonia.

“¿Cómo no iban a saber los Ratzinger lo que sucedía?”, acotó Masferrer. Otro factor que, en opinión de Corell y Koch, influyó probablemente en el silencio cómplice de Georg y de su hermano, fue el respeto que su padre, el gendarme Joseph Ratzinger, tenía por la autoridad, por el catolicismo bávaro heredero de la contrarreforma, y posiblemente por el legado antijudío del tío abuelo, también llamado Georg Ratzinger (1844-1899).

Porque, según escribió John Abbott en la obra Antisemitism, A Historical Encyclopedia of Prejudice and Persecution (2005), el tío abuelo, un católico conservador que se convirtió en legislador del Congreso bávaro y luego del Reichstag, escribió dos textos abiertamente antisemitas:

La Vida Ocupacional de los Judíos: Bocetos de la Vida Social de Hoy (Jüdisches Erwerbsleben. Skizzen aus dem sozialen Leben der Gegenwart) bajo el seudónimo de Robert Waldhausen en 1892 y La Judería en Baviera: Esbozos del Pasado y Propuestas para el Futuro (Das Judentum in Bayern. Skizzen aus der Vergangeheit und Vorschlage für die Zukunft) bajo el seudónimo de Gottfried Wolf en 1897.

Según esta obra, el antisemitismo y la búsqueda de “una solución final al problema judío” estaban enraizados en el pensamiento alemán del siglo XIX, al grado de hacerse presentes en autores de la importancia de Karl Marx e incluso de Thomas Mann.

Los escándalos de abuso sexual por parte de curas católicos alcanzan al Coro de los Pequeños Gorriones de la Catedral de Ratisbona, que Georg dirigía. Él admite que no sólo la Iglesia alemana calló ante los casos de pederastia, sino también la sociedad

A sus 86 años de edad, Georg Ratzinger es alcanzado por denuncias de pedofilia en el Coro de los Pequeños Gorriones de la Catedral de Ratisbona que él dirigió hasta 1994. El tema no podía ser más candente por tratarse del hermano mayor del papa Benedicto XVI y del sobrino-nieto de Georg Ratzinger, el político de la familia y un antijudío militante.

“Son temas muy delicados”, dijo a Excélsior Elio Masferrer, presidente de la Asociación Latinoamericana para el Estudio de las Religiones.

Franz Wittenbrink, alumno hasta 1967 del internado de niños cantores de la Catedral de Ratisbona, le reprochó que nunca se enteró de que un prelado de la institución que él encabezó se llevaba por las noches a dos o tres niños del dormitorio para ofrecerles vino y masturbarse con ellos. El escándalo, dijo, era conocido por todo el plantel:

La Iglesia no fue la única que se calló… la sociedad hizo lo mismo”, respondió Georg Ratzinger hace dos semanas a Passauer Neue Presse de Baviera, el diario fundado por Hans Kapfinger, quien en 1933 fue enviado a prisión por oponerse al naciente régimen Nazi.

“Nunca hablamos de ese tipo de asuntos”, se defendió el sacerdote, director de orquesta y compositor, en relación con esos casos de pederastia ocurridos entre 1958 y 1973, hace ya casi cuatro décadas.

Hace un año todavía, en los festejos de su aniversario número 85, Georg había pasado más de la segunda mitad de su vida rodeado de honores como el nombramiento de prelado honorario de su santidad Paulo VI, en 1976, o protonotario del papa Juan Pablo II en 1993.

En 1994 recibió la Cruz del Mérito de la República Federal de Alemania, en 2005 la Cruz de Honor de Austria para las Ciencias y las Artes Clase Uno y en enero de 2009 la Cruz del Mérito de la República Italiana. Su vida transcurría en medio de satisfacciones, hasta que una ola de reproches por su silencio ante los abusos que padecieron los niños de su coro, hizo eco en la prensa de su país.

Masferrer, también autor del prólogo en español del libro Benedicto XVI. Papa sin Aureola, de Richard Corell y Ronald Koch, comentó a este diario que los problemas de pederastia clerical siempre existieron. No los inventaron los periodistas de hoy ni Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de la Alemania Nazi que atacó a la Iglesia alemana.

Al respecto, el historiador Karlheinz Deschner escribió para la serie El III Reich, de editorial Anesa/Noguer, que la Alemania nazi ventiló los escándalos sexuales de la Iglesia, no para enderezar su moral, sino para ponerla en entredicho total, para aniquilar su capital simbólico:

“En 1936/37 la Gestapo buscó afanosamente huellas de irregularidades morales en casi todos los conventos, seminarios eclesiásticos, escuelas, hogares, organizaciones y clínicas…Y con motivo de un proceso celebrado en Coblenza se organizaron viajes especiales gratuitos desde toda Alemania para asistir al desarrollo del juicio”, explicó para esa publicación difundida hace 35 años que hoy es de colección.

Sin embargo, Masferrer señala que Georg y su hermano Joseph prefirieron callar, “nadar de muertito”, pretender que nunca vieron, que nunca supieron y que les pasaron de noche esos abusos.

“Igual que sucedió aquí con el caso de Marcial Maciel, los prelados católicos alemanes de entonces se hacían los tontos y eludían el escándalo porque una premisa de la Iglesia es preservar su capital simbólico. Callaban y se atuvieron a principios contenidos en el dicho popular mexicano: lo malo no es robar (o actuar mal), sino que te cachen”, dijo.

En cuanto a los crímenes del régimen nazi, que los hermanos Ratzinger debieron presenciar cuando eran adolescentes integrantes de las Juventudes Hitlerianas, Masferrer, Corell y Koch también reprochan que Georg y que su hermano menor, Joseph, no hayan roto el silencio para denunciarlos.

“La resistencia era realmente imposible”, dijo Georg a la edición del 17 de abril de 2005 del diario inglés Sunday Times.

Pero Masferrer opina que la resistencia de muchos católicos a la dictadura nazi, no sólo existió, sino que fue decidida y heroica, sólo que Hitler fue muy hábil al firmar con la Iglesia alemana en 1933 un concordato que la supeditó a su régimen.

“Hubo católicos que se opusieron al nazismo por considerarlo una doctrina inhumana que iba contra la tradición cultural alemana y se jugaron la vida, pero también hubo otros católicos que se fueron para donde soplaba el viento. No hago juicios de valor ni digo que sea malo, sólo que los hermanos Ratzinger están en ese segundo grupo”, dijo Masferrer.

De esa resistencia Deschner señala que en el verano de 1934, cuando Hitler mandó a eliminar a Erich Klausene, presidente de la Acción Católica alemana, a Adalbert Probst , jefe de la Federación Deportiva Católica Deutsche Jungendkraft, y a cientos de presuntos enemigos del régimen nazi, no hubo una sola protesta de los obispos alemanes.

“Un Estado totalitario como el de Hitler no podía tolerar a su lado a otro sistema absolutista si no era afrontando el riesgo de quedar debilitado. Las asociaciones católicas fueron, en consecuencia, asimiladas al sistema… se atacó con saña el Viejo y el Nuevo Testamento. Los eclesiásticos sufrieron calumnias y cárcel”, escribió Deschner para la serie de El III Reich.

Aquí Masferrer enfatizó que fueron los alemanes opositores a Hitler, y no los judíos (ni los gitanos) quienes inauguraron los campos de concentración nazis. Aunque Dachau, según Corell y Koch, ya existían desde las primeras décadas del siglo XX, pues allí estuvo en 1919 el líder del Partido Comunista Alemán, Hans Beimler, antes de ser enviado nuevamente allí por los Nazis en 1933.

En cuanto al genocidio, al Holocausto perpetrado por los nazis, tanto Masferrer como Corell y Koch coinciden en que, una vez más, el silencio y la negación distinguen a Georg y sobre todo a su hermano menor, Joseph, como lo revelan sus escritos de 1997 y su biografía oficial.

“¿Acaso hasta 1997 no había sabido nada del asesinato en masa de las SS en el bosque cercano (donde vivían)? ¿Nada acerca del asesinato de 61 personas, del funeral, del cementerio para los prisioneros de los campos de concentración, nada acerca del lugar conmemorativo, nada sobre toda la masacre que se menciona en la historia oficial de la moderna Traunstein..?, escriben en su libro de reciente circulación en México.

No, añade Masferrer, “porque la divisa de Georg y de su hermano ha sido el silencio a pesar de que en el seminario de Traunstein precisamente tuvieron su formación musical y religiosa gracias al apoyo de su mentor Michael von Faulhaber” (1869-1952), el cardenal de Munich y Frisinga que patrocinó su educación y a quien Joseph, el futuro Benedicto XVI, sucedió años después de su muerte en el cargo.

Y añadió que también hay que recordar que Faulhaber, el guía espiritual de ambos, puso rápidamente fin a su inicial resistencia antinazi para convertirse durante el III Reich en un abierto defensor del régimen de Hitler que pidió a los sacerdotes que apoyaran a la Gestapo, la policía secreta. Aunque en 1945, al término de la guerra, Faulhaber cambió de bando para aliarse con los estadunidenses.

“El 17 de junio de 1941 (Faulhaber) había pedido a los obispos bávaros que fueran valientes en la terrible lucha contra el bolchevismo, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, quien fuera crucificado por los judíos”, escriben Corell y Koch.

Un personaje que, según relatan, escribió meses después que los no arios de Munich eran transportados de forma brutal a Polonia.

“¿Cómo no iban a saber los Ratzinger lo que sucedía?”, acotó Masferrer. Otro factor que, en opinión de Corell y Koch, influyó probablemente en el silencio cómplice de Georg y de su hermano, fue el respeto que su padre, el gendarme Joseph Ratzinger, tenía por la autoridad, por el catolicismo bávaro heredero de la contrarreforma, y posiblemente por el legado antijudío del tío abuelo, también llamado Georg Ratzinger (1844-1899).

Porque, según escribió John Abbott en la obra Antisemitism, A Historical Encyclopedia of Prejudice and Persecution (2005), el tío abuelo, un católico conservador que se convirtió en legislador del Congreso bávaro y luego del Reichstag, escribió dos textos abiertamente antisemitas:

La Vida Ocupacional de los Judíos: Bocetos de la Vida Social de Hoy (Jüdisches Erwerbsleben. Skizzen aus dem sozialen Leben der Gegenwart) bajo el seudónimo de Robert Waldhausen en 1892 y La Judería en Baviera: Esbozos del Pasado y Propuestas para el Futuro (Das Judentum in Bayern. Skizzen aus der Vergangeheit und Vorschlage für die Zukunft) bajo el seudónimo de Gottfried Wolf en 1897.

Según esta obra, el antisemitismo y la búsqueda de “una solución final al problema judío” estaban enraizados en el pensamiento alemán del siglo XIX, al grado de hacerse presentes en autores de la importancia de Karl Marx e incluso de Thomas Mann.

sin Aureola, de Richard Corell y Ronald Koch, comentó a este diario que los problemas de pederastia clerical siempre existieron. No los inventaron los periodistas de hoy ni Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de la Alemania Nazi que atacó a la Iglesia alemana.

Al respecto, el historiador Karlheinz Deschner escribió para la serie El III Reich, de editorial Anesa/Noguer, que la Alemania nazi ventiló los escándalos sexuales de la Iglesia, no para enderezar su moral, sino para ponerla en entredicho total, para aniquilar su capital simbólico:

“En 1936/37 la Gestapo buscó afanosamente huellas de irregularidades morales en casi todos los conventos, seminarios eclesiásticos, escuelas, hogares, organizaciones y clínicas…Y con motivo de un proceso celebrado en Coblenza se organizaron viajes especiales gratuitos desde toda Alemania para asistir al desarrollo del juicio”, explicó para esa publicación difundida hace 35 años que hoy es de colección.

Sin embargo, Masferrer señala que Georg y su hermano Joseph prefirieron callar, “nadar de muertito”, pretender que nunca vieron, que nunca supieron y que les pasaron de noche esos abusos.

“Igual que sucedió aquí con el caso de Marcial Maciel, los prelados católicos alemanes de entonces se hacían los tontos y eludían el escándalo porque una premisa de la Iglesia es preservar su capital simbólico. Callaban y se atuvieron a principios contenidos en el dicho popular mexicano: lo malo no es robar (o actuar mal), sino que te cachen”, dijo.

En cuanto a los crímenes del régimen nazi, que los hermanos Ratzinger debieron presenciar cuando eran adolescentes integrantes de las Juventudes Hitlerianas, Masferrer, Corell y Koch también reprochan que Georg y que su hermano menor, Joseph, no hayan roto el silencio para denunciarlos.

“La resistencia era realmente imposible”, dijo Georg a la edición del 17 de abril de 2005 del diario inglés Sunday Times.

Pero Masferrer opina que la resistencia de muchos católicos a la dictadura nazi, no sólo existió, sino que fue decidida y heroica, sólo que Hitler fue muy hábil al firmar con la Iglesia alemana en 1933 un concordato que la supeditó a su régimen.

“Hubo católicos que se opusieron al nazismo por considerarlo una doctrina inhumana que iba contra la tradición cultural alemana y se jugaron la vida, pero también hubo otros católicos que se fueron para donde soplaba el viento. No

hago juicios de valor ni digo que sea malo, sólo que los hermanos Ratzinger están en ese segundo grupo”, dijo Masferrer.

De esa resistencia Deschner señala que en el verano de 1934, cuando Hitler mandó a eliminar a Erich Klausene, presidente de la Acción Católica alemana, a Adalbert Probst , jefe de la Federación Deportiva Católica Deutsche Jungendkraft, y a cientos de presuntos enemigos del régimen nazi, no hubo una sola protesta de los obispos alemanes.

“Un Estado totalitario como el de Hitler no podía tolerar a su lado a otro sistema absolutista si no era afrontando el riesgo de quedar debilitado. Las asociaciones católicas fueron, en consecuencia, asimiladas al sistema… se atacó con saña el Viejo y el Nuevo Testamento. Los eclesiásticos sufrieron calumnias y cárcel”, escribió Deschner para la serie de El III Reich.

Aquí Masferrer enfatizó que fueron los alemanes opositores a Hitler, y no los judíos (ni los gitanos) quienes inauguraron los campos de concentración nazis. Aunque Dachau, según Corell y Koch, ya existían desde las primeras décadas del siglo XX, pues allí estuvo en 1919 el líder del Partido Comunista Alemán, Hans Beimler, antes de ser enviado nuevamente allí por los Nazis en 1933.

En cuanto al genocidio, al Holocausto perpetrado por los nazis, tanto Masferrer como Corell y Koch coinciden en que, una vez más, el silencio y la negación distinguen a Georg y sobre todo a su hermano menor, Joseph, como lo revelan sus escritos de 1997 y su biografía oficial.

“¿Acaso hasta 1997 no había sabido nada del asesinato en masa de las SS en el bosque cercano (donde vivían)? ¿Nada acerca del asesinato de 61 personas, del funeral, del cementerio para los prisioneros de los campos de concentración, nada acerca del lugar conmemorativo, nada sobre toda la masacre que se menciona en la historia oficial de la moderna Traunstein..?, escriben en su libro de reciente circulación en México.

No, añade Masferrer, “porque la divisa de Georg y de su hermano ha sido el silencio a pesar de que en el seminario de Traunstein precisamente tuvieron su formación musical y religiosa gracias al apoyo de su mentor Michael von Faulhaber” (1869-1952), el cardenal de Munich y Frisinga que patrocinó su educación y a quien Joseph, el futuro Benedicto XVI, sucedió años después de su muerte en el cargo.

Y añadió que también hay que recordar que Faulhaber, el guía espiritual de ambos, puso rápidamente fin a su inicial resistencia antinazi para convertirse durante el III Reich en un abierto defensor del régimen de Hitler que pidió a los

sacerdotes que apoyaran a la Gestapo, la policía secreta. Aunque en 1945, al término de la guerra, Faulhaber cambió de bando para aliarse con los estadunidenses.

“El 17 de junio de 1941 (Faulhaber) había pedido a los obispos bávaros que fueran valientes en la terrible lucha contra el bolchevismo, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, quien fuera crucificado por los judíos”, escriben Corell y Koch.

Un personaje que, según relatan, escribió meses después que los no arios de Munich eran transportados de forma brutal a Polonia.

“¿Cómo no iban a saber los Ratzinger lo que sucedía?”, acotó Masferrer. Otro factor que, en opinión de Corell y Koch, influyó probablemente en el silencio cómplice de Georg y de su hermano, fue el respeto que su padre, el gendarme Joseph Ratzinger, tenía por la autoridad, por el catolicismo bávaro heredero de la contrarreforma, y posiblemente por el legado antijudío del tío abuelo, también llamado Georg Ratzinger (1844-1899).

Porque, según escribió John Abbott en la obra Antisemitism, A Historical Encyclopedia of Prejudice and Persecution (2005), el tío abuelo, un católico conservador que se convirtió en legislador del Congreso bávaro y luego del Reichstag, escribió dos textos abiertamente antisemitas:

La Vida Ocupacional de los Judíos: Bocetos de la Vida Social de Hoy (Jüdisches Erwerbsleben. Skizzen aus dem sozialen Leben der Gegenwart) bajo el seudónimo de Robert Waldhausen en 1892 y La Judería en Baviera: Esbozos del Pasado y Propuestas para el Futuro (Das Judentum in Bayern. Skizzen aus der Vergangeheit und Vorschlage für die Zukunft) bajo el seudónimo de Gottfried Wolf en 1897.

Según esta obra, el antisemitismo y la búsqueda de “una solución final al problema judío” estaban enraizados en el pensamiento alemán del siglo XIX, al grado de hacerse presentes en autores de la importancia de Karl Marx e incluso de Thomas Mann.

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