La reunión de Obama con el Dalai Lama agrava la crisis con China

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La reunión de Obama con el Dalai Lama agrava la crisis con China

Pekín acusa a EE.UU. de «violar las normas internacionales y su compromiso de que respetaría la soberanía territorial china y no apoyaría la independencia del Tíbet»

PABLO M. DÍEZ | PEKÍN

Actualizado Viernes , 19-02-10 a las 13 : 24

Como era de esperar, China ha reaccionado con contundencia tras la reunión del ayer entre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y la máxima figura política y religiosa del budismo tibetano, el Dalai Lama. Desde que se anunció este encuentro a principios de mes, el régimen de Pekín había protestado para intentar impedirlo, dejando muy claro que cualquier entrevista entre el inquilino de la Casa Blanca y el “Océano de Sabiduría”, al que ha demonizado como un terrorista separatista, constituiría una seria provocación.

“EE.UU. ha violado flagrantemente las normas de las relaciones internacionales y su aceptación de que el Tíbet es una parte de China y, por lo tanto, no apoyaría su independencia”, criticó en un comunicado oficial el ministro de Asuntos Exteriores, Ma Zhaoxu, apenas unas horas después de la reunión. Además, su viceministro, Cui Tiankai, convocó al embajador norteamericano en Pekín, Jon Huntsman, para transmitirle su más “enérgica protesta y oposición” por dicho encuentro.

“El comportamiento de EE.UU. interfiere seriamente en la política interna china y también hiere los sentimientos nacionales del pueblo chino”, asegura la queja del Ministerio, que exigió a Washington, aunque sin ahondar en detalles, “dar de inmediato los pasos necesarios para eliminar el efecto pernicioso de la reunión”.

Todo ello a pesar de que Washington, para minimizar la respuesta de Pekín, había intentado rebajar al máximo el perfil de la visita del Dalai Lama, que ha coincidido con un periodo de escasa actividad en China como son las vacaciones del Año Nuevo Lunar. Así, el Premio Nobel de la Paz en 1989 fue recibido por el también Nobel Obama sin fotógrafos ni cámaras en un área secundaria y reservada como es el salón de los mapas de la Casa Blanca, y no en el pomposo Despacho Oval donde se suele encontrar ante los periodistas con los dignatarios internacionales. Posteriormente, la Casa Blanca distribuyó una fotografía de la charla que durante 45 minutos mantuvieron el Dalai y Obama, quien no compareció ante los medios y cuyas declaraciones de apoyo fueron difundidas en otro comunicado en nombre del portavoz oficial, Robert Gibbs.

“El presidente recalcó su fuerte apoyo a la preservación de la singular identidad religiosa, cultural y lingüística del Tíbet y a la protección de los derechos humanos de los tibetanos en la República Popular China”, recoge la declaración, que ensalza “la vía intermedia del Dalai Lama y su compromiso con la no violencia” y aboga por el diálogo con Pekín.

Precisamente, hace dos semanas concluyó, de nuevo si éxito, la última ronda de negociaciones entre el régimen chino y los emisarios del “Océano de Sabiduría”, quien permanece exiliado en la ciudad india de Dharamsala desde que huyó del Tíbet hace ya casi 51 años. Aunque esta región montañosa del Himalaya había permanecido desde el siglo XIII bajo el control de las distintas dinastías imperiales cada vez que éstas eran lo suficientemente fuertes como para dominarlo, gozó de una independencia “de facto” tras la caída del último emperador, Pu Yi, en 1911. Tras la fundación de la República Popular en 1949, una de las primeras órdenes de Mao Zedong fue retomar el Tíbet sólo un año después, lo que finalmente llevó al Dalai Lama a huir disfrazado y a pie cruzando el Himalaya tras una fallida revuelta en 1959.

Desde entonces, el máximo líder del budismo ha modulado su discurso y ya no reivindica la independencia del Tíbet, sino que se conforma con una “vía intermedia” basada en una autonomía real o, al menos, con más respeto y menos represión sobre la cultura y religión autóctonas.

Consciente de su posición de fuerza, Pekín intenta aislar internacionalmente al Dalai Lama y por eso amenaza a cualquier mandatario que se atreva a recibirlo, como Obama, Sarkozy, Angela Merkel o Gordon Brown. Sin embargo, sus advertencias suelen suponer en realidad un aviso para disuadir a gobernantes menos osados y tienen como objetivo alimentar a la opinión pública doméstica.


De hecho, estas pequeñas crisis puntuales son sólo un elemento más de las difíciles relaciones diplomáticas entre EE.UU. y China, las dos superpotencias que están llamadas a pugnar por la hegemonía mundial en el siglo XXI. Rivales, pero a la vez socios comerciales, Washington y Pekín están íntimamente relacionados. Así lo demuestran las ingentes exportaciones de la “fábrica global” al mercado americano, cuya balanza comercial acumuló el año pasado un déficit de 226.826 millones de dólares (168.088 millones de euros). Por su parte, Pekín es el financiador de la Casa Blanca, ya que sus reservas de divisas, las mayores del mundo con 2,13 billones de dólares (1,4 billones de euros), guardaban en julio 800.000 millones de dólares (541.495 millones de euros) en bonos del Tesoro emitidos por la Reserva Federal.

Pero todos estos intercambios económicos no están exentos de problemas, como demuestran las últimas guerras comerciales de neumáticos y el constante reproche de EE.UU. a China por mantener artificialmente devaluada su moneda nacional, el yuan o “renminbi. Además, los recientes ciberataques de “hackers” chinos contra empresas estadounidenses y las críticas de Google a la censura han vuelto a enrarecer sus relaciones comerciales y diplomáticas.

Pero Washington sigue necesitando a Pekín por su labor mediadora en los conflictos nucleares de Irán y Corea del Norte, dos cuestiones en las que el régimen chino podría pasar factura por la reunión de Obama con el Dalai.

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